Nuestro Padre dará el Espíritu Santo
Fray Diego Rojas / 0 comentarios / Comentario al Evangelio
Domingo XVII del Tiempo Ordinario: Nuestro Padre dará el Espíritu Santo.
Evangelio según San Lucas 11, 1-13
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Y les dijo:
«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
Reflexión:
El Padre Nuestro, es, por excelencia, una oración comunitaria. En todo su contenido no encontramos un solo “yo” ni un solo “mí”. Todo en ella se refiere a “nosotros”, a lo que es común, compartido, colectivo.
Desde el Antiguo Testamento, Dios ha escogido no a individuos aislados, sino a un pueblo. Es cierto que llama a personas concretas —profetas, reyes, líderes— pero siempre lo hace en función del designio que tiene para su pueblo. El corazón de la Alianza no es una relación privada, sino una historia de amor con un pueblo entero.
Con esta misma lógica, cuando los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar, Él no responde con una fórmula individualista. No dice “Padre mío”, sino “Padre nuestro”. Desde la primera palabra, la oración de Jesús nos sitúa en clave de comunión: no nos dirigimos solos a Dios, lo hacemos como familia, como Iglesia.
La oración que Jesús enseña no es solo un acto piadoso, sino un verdadero camino de vida. En ella resuenan dos pilares fundamentales del Evangelio: la compasión y la solidaridad. Cuando decimos “danos hoy nuestro pan de cada día”, no pedimos solo por nuestras necesidades personales. Pedimos por todos. Esta súplica nos desafía a mirar a nuestro alrededor, a compartir el pan con quienes no lo tienen, a no quedarnos indiferentes ante el sufrimiento ajeno.
Del mismo modo, al decir “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos”, no solo buscamos el perdón divino, sino que nos comprometemos activamente en la construcción de relaciones reconciliadas. La misericordia no es un sentimiento abstracto, sino una tarea concreta que transforma nuestra convivencia.
El relato de Lucas concluye esta enseñanza de Jesús con un detalle revelador. Después de pronunciar el Padre Nuestro, Jesús afirma que el Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida. Curiosamente, el Espíritu no es mencionado directamente en la oración, pero está implícito en todo su trasfondo. Es el Espíritu quien congrega, quien nos hace Iglesia, quien convierte el “yo” en un auténtico “nosotros”.
Sin el Espíritu, la oración se convierte en rutina; con el Espíritu, se transforma en comunión viva. Por eso, este pasaje es clave para comprender el profundo sentido eclesial del Padre Nuestro.
Rezar el Padre Nuestro no es solo repetir palabras que aprendimos de niños; es recordar, cada vez, que somos parte de un cuerpo. Es una invitación constante a vivir como hermanos, hijos de un mismo Padre, guiados por el mismo Espíritu.