Los primeros no entran por la puerta ancha
Fray Diego Rojas / 0 comentarios / Comentario al Evangelio
Domingo XXI del Tiempo Ordinario: Los primeros entran por la puerta ancha
Evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?"
Jesús le respondió: "Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: '¡Señor, ábrenos!' Pero él les responderá: 'No sé quiénes son ustedes'.
Entonces le dirán con insistencia: 'Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas'. Pero él replicará: 'Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí todos ustedes los que hacen el mal'. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera.
Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos''.
Reflexión:
En el Evangelio de hoy alguien le pregunta a Jesús por la cantidad de los que se salvan, y Jesús no responde con datos estadísticos, sino que interpela a la conciencia: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha”. No basta con haber “comido y bebido con Él”, ni con pertenecer externamente al pueblo de Dios: se requiere una respuesta interior, un cambio de vida, un compromiso real. La salvación es gracia, pero no es automática ni superficial; exige una fe viva que transforme nuestra manera de pensar, sentir y actuar.
Jesús también nos sorprende al anunciar que muchos vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, para participar en el banquete del Reino. Con esta imagen nos recuerda que la salvación no está reservada a unos pocos privilegiados, sino que es una invitación universal. El Reino de Dios rompe fronteras culturales, sociales y religiosas, y se abre a todos los que escuchan la voz del Señor y responden con fe. Esto nos desafía a superar nuestras actitudes excluyentes y a reconocer que Dios puede obrar en personas y lugares donde menos lo esperamos.
Al final del pasaje, Jesús lanza una afirmación desconcertante: “Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. Dios revierte nuestros criterios de éxito, status o privilegio. Muchos que parecían “últimos” por su historia, condición social o distancia religiosa serán honrados; otros que confiaban en sus prerrogativas, sus méritos, su currículo quedarán fuera. La lógica del Reino no se basa en méritos, títulos ni apariencias, sino en la humildad y la confianza de quien se abre sinceramente a la gracia de Dios.
Este mensaje nos invita a una revisión personal: ¿en qué pongo mi confianza para entrar en el Reino? ¿En mis prácticas externas, en mi historia, en mis logros… o en una relación viva con Cristo que transforma mi vida cada día? La puerta es estrecha porque exige renuncias y fidelidad, pero conduce a la vida verdadera. Y en ese camino no estamos solos: es el mismo Señor quien nos acompaña y nos fortalece para que nadie quede fuera del banquete de su amor.