El fuego que Jesús quiere encender en nosotros
Fray Diego Rojas / 0 comentarios / Comentario al Evangelio
Domingo XX del Tiempo Ordinario: El fuego que Jesús quiere encender en nosotros
Evangelio según san Lucas 12,49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.
Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
Reflexión:
El Evangelio de este domingo nos sorprende con unas palabras fuertes de Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!” . Pareciera que contradice todo su mensaje de reconciliación y perdón. Una vez se recuerda que el lenguaje semita, en el que Jesús se expresa, está cargado de simbolismo y, contextualizamos el pasaje en todo el conjunto de los Evangelios y el Nuevo Testamentos, nos damos cuenta de que el fuego del que habla no se trata de un fuego destructor, sino de un fuego que da vida: el fuego del Espíritu Santo, que purifica, ilumina y transforma. Jesús desea corazones ardientes, no de brasas apagadas que apenas dan calor.
Ese fuego no se enciende sin nuestra respuesta. Creer en Jesús no es solo simpatizar con sus enseñanzas, sino dejar que Él transforme nuestra vida. Cuando su amor nos toca de verdad, nada puede seguir igual: cambian nuestras prioridades, nuestro modo de relacionarnos y hasta nuestra manera de ver el mundo. Y aquí aparece la tensión de la que habla el Evangelio.
Jesús mismo advierte que su mensaje no siempre trae paz fácil, porque su luz incomoda a quienes prefieren la oscuridad. Incomoda nuestras propias oscuridades, por lo que el camino de conversión personal tiene su dosis de contradicción y dolor. Seguir a Cristo significa tomar postura, incluso cuando eso nos lleva a diferencias dentro de la propia familia o con personas muy cercanas. No porque busquemos el conflicto, sino porque el Evangelio nos invita a vivir con coherencia y no siempre todos están dispuestos a aceptar esa luz.
Esto puede doler, porque nadie quiere enemistades ni rupturas. Pero Jesús nos pide que lo pongamos en el centro, aun cuando eso signifique incomprensiones. La fidelidad al Evangelio no es negociable: se trata de ser luz en medio de la oscuridad, aunque a veces esa luz moleste. Con el tiempo, lo que hoy genera división puede convertirse en semilla de conversión para otros.
Pidamos al Señor que encienda en nosotros ese fuego de amor que purifica y transforma. Que nuestra fe no sea tibia, sino valiente, capaz de iluminar, de dar calor y de contagiar esperanza. Aunque encontremos oposición, confiemos en que el amor de Cristo siempre será más fuerte que cualquier dificultad.