Bienaventurado el que no se escandalice de mí
Fray Diego Rojas / 0 comentarios / Comentario al Evangelio
3er Domingo de Adviento. Bienaventurado el que no se escandalice de mí
Mateo 11, 2-11
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle:
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».
Jesús les respondió:
«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”.
En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».
Reflexión:
En el tercer domingo de Adviento, el domingo Gaudete, la liturgia nos invita a la alegría en medio de la espera. Pero el evangelio no nos presenta una escena luminosa, sino a Juan el Bautista en la cárcel, atravesado por la duda: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Esta pregunta, nacida del sufrimiento y del desconcierto, revela que la fe auténtica no está exenta de crisis. Adviento no es solo el tiempo de las certezas, sino también el tiempo en que aprendemos a esperar a Dios cuando no responde como imaginamos.
La respuesta de Jesús no es teórica ni defensiva; remite a los signos concretos del Reino: los ciegos ven, los cojos caminan, los pobres reciben la Buena Noticia. Con ello, Jesús se revela como el Mesías prometido, pero no como un juez implacable, sino como aquel que restaura la vida desde la misericordia. Sin duda, esta forma de actuar puede resultar escandalosa para quien espera un líder político o militar, o un Dios severo que viene a castigar y poner orden por coacción. Por ello, Jesús proclama bienaventurado al que no se escandaliza ni siente vergüenza por Él. La verdadera fe consiste en aceptar a un Dios que viene de un modo distinto, más cercano a la fragilidad humana que al poder esperado.
A continuación, Jesús ofrece un testimonio sorprendente sobre Juan. Lejos de descalificarlo por su pregunta, lo presenta como el profeta firme, el mensajero enviado para preparar el camino del Señor. Juan no es una persona que se deja amedrentar por las circunstancias, ni vacila como una caña sacudida por el viento, sino el último y más grande de los profetas, aquel que se sitúa en el umbral entre la promesa y su cumplimiento. Su grandeza no queda anulada por la duda, sino confirmada por su fidelidad a la misión recibida.
Sin embargo, Jesús añade una afirmación paradójica: «el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él». No se trata de una comparación moral, sino escatológica. Juan pertenece todavía al tiempo de la espera; los discípulos participan ya del Reino inaugurado por Cristo. La grandeza cristiana no proviene del esfuerzo humano ni del rigor ascético, sino del don de vivir en la novedad del Reino que ya ha comenzado.
En este domingo Gaudete, el evangelio nos invita a una alegría humilde y profunda. No la alegría de quien ya lo entiende todo, sino la de quien reconoce que el Señor está actuando, aunque no siempre como esperamos. Hoy estamos llamados a descubrir los signos del Reino en lo pequeño, en lo pobre, en lo sanado, y a no escandalizarnos de un Dios que viene con mansedumbre. Esa es la alegría del Adviento: saber que el que ha de venir ya está entre nosotros, transformando la historia desde dentro.
Oración
Señor Jesús, que vienes a nuestro encuentro de un modo humilde y sorprendente, danos un corazón abierto para reconocerte en los signos sencillos de tu Reino. Sostén nuestra fe en las dudas, fortalece nuestra esperanza en la espera y regálanos la alegría profunda de saber que ya estás entre nosotros. Amén.


